Construyamos un país de hermanos, no de extraños

27 de Septiembre de 2020

 
Un país es una unidad, pero con muchas caras, así pasa también con Chile. Tiene migraciones internas y externas, tiene personas de diferentes regiones y orígenes. La historia y los adelantos técnicos, las tragedias y su crecimiento provocan cambios.

Al mismo tiempo, la instantaneidad de las noticias y la velocidad de los acontecimientos, nos llenan de información pero es casi imposible conocer a quienes nos rodean, algunos acaban de llegar otros han vivido desde siempre pero nos son desconocidos. Así las cosas, muchos sienten la sensación de vivir entre extraños y eso  provoca inseguridad y temor.

Los católicos, hemos estado presente desde el nacimiento del país, hemos contribuido a su progreso, a levantarse en las dificultades, hemos escandalizado y, más de alguna vez, obstaculizado iniciativas que posteriormente se han reconocido como valiosas. El mejor aporte será desde lo más propio y, por ello, cada último domingo de Septiembre invitamos a orar por la patria, recordando a la Virgen del Carmen. En la ciudad de Chillán, este gesto es una de las manifestaciones más masivas de expresión religiosa, la procesión hasta Chillán viejo. Este año no podrá realizarse por las medidas sanitarias de la pandemia. No por ello la oración  por Chile estará ausente, pediremos por cada uno de los que habitan en este país, especialmente, en momentos como estos en que todo parece estar a prueba o degradándose.

Si hay algo que se ha deteriorado en Chile es la sana convivencia entre las personas, a nivel familiar, en el ámbito laboral, en la relación entre personas de pensamiento político diferente,  en las iglesias, en el reconocimiento de las minorías y de los pueblos originarios. Pareciera que no nos reconocemos, y bien pudiéramos tentarnos a creer que habitamos entre extraños. Un signo claro son las continúas agresiones, descalificaciones y la posibilidad que, en cualquier momento algo desencadene violencia.

Lo propio de la oración cristiana es que transforma y compromete. Se pide junto a otros y cada cual lo hace sabiendo que en ello va una tarea a realizar, como se expresa en el refrán: A Dios rogando y con el mazo dando, es decir, algo tenemos que hacer, los rezos, sin un compromiso personal, no cambian a las personas, tampoco al país. Pidamos eso, que transformemos nuestra manera de relacionarnos y caminemos hacia el  auténtico progreso, construir una gran nación de hermanos. Reconociendo y valorando las diferencias, de origen, etnias, nacionalidades  creencias y posturas políticas, lo único que tiene que mantenerse sin transar es el respeto y la convicción que el otro, aunque sea diferente, goza de una dignidad que nada puede violentar.