Sentidas condolencias

23 de Agosto de 2021

 
Por Luis Flores Quintana, sacerdote diocesano, para Diario Crónica Chillán.

El 5 de septiembre la radiotelefonía chilena rendirá un homenaje a  los más de cuarenta mil fallecidos en tiempo de pandemia, lo hacen en conjunto con organismos de salud mental y buscan ayudar a iniciar el cierre del duelo de los que partieron y no fueron despedidos. Frases como: “que dolor no nos sea indiferente”; “mi papá no es un número”; o “el funeral fue un trámite”; todas salidas de corazones adoloridos y desconcertados, dan fundamento a la motivación de esta iniciativa. No es la única, el 8 y 9  del presente se proclamó una jornada de duelo nacional y, muchas otras iniciativas surgen de diferentes iglesia e instituciones.

Junto con acompañar la enfermedad, al personal de salud, los educadores y el personal de servicios básicos, hemos sido testigos que, lejos, el dolor más grande ha sido la despedida de los muertos. Muchos no tuvieron un funeral, algunos fueron de prisa, en la mayoría no se pudo asistir, todos tuvieron restricciones.

Los duelos son el proceso que sigue a una pérdida, cualquiera que sea, cuando se tiene una pérdida se produce un dolor y un vacío que, para superarlo, se necesita tiempo, serenidad y ritos. La pérdida que causa la muerte de un ser querido es el más evidente de los duelos. La pandemia ha hecho que los enfermos de COVID y muchos otros que fallecieron, en este tiempo, no tuvieran ritos de despedida y, sus familiares privados de todo lo necesario para vivir el duelo.

Cuando Jesús, vencedor de la muerte, vio que se enfrentaría, inevitablemente, en el corto plazo, a este trance, buscó, por adelantado, consolar y preparar a sus discípulos; lo hizo con metáforas como la casa y las habitaciones y, la analogía de la experiencia creyente en la que, sin que podamos ver, tenemos la certeza que alguien que nos ama nos rescata de toda soledad. Los que fallecieron no los veremos pero, en la enseñanza de Jesús, su vida no acabó con la muerte, ésta no es capaz de destruir a los que amamos. El triunfo sobre la muerte es el núcleo central de la fe cristiana. La semilla que cae y muere en tierra, nunca queda sola, es fecunda y da muchos frutos. Allí la naturaleza nos enseña que después de la muerte una buena semilla dará frutos y esperanza.

Por eso es tan importante que la sociedad entera y, cada uno, haga su duelo, que cada uno se dé un minuto, donde sea, tenga la creencia que tenga y despida a su esposo(a), abuela o abuela, padre, madre, hermana(o), amigo, familiar o colega, si no ha podido nunca será tarde. Lo que no puede pasar es dejarlo pendiente, intégrese a algunas de las iniciativas o, simplemente, en la soledad de su casa, dele un espacio a la memoria y despídase, necesitará ritos; encender una vela, escribir su nombre, grabarlo o enviarlo en un globo, lo importante es que las lágrimas nos purifiquen la mirada, que el dolor se exprese y, que el futuro vuelva a ser un amigo que fecunde nuestros ideales. Las condolencias mutuas que nos entreguemos sean una despedida y que nuestros muertos descansen en paz.