La respuesta debería ser sencilla y obvia, por supuesto que se puede y un cristiano tiene que seguir siéndolo en situaciones normales y con mayor razón en la adversidad. Nunca obviar hacer lo esencial, leer la Palabra, orar, atender enfermos, celebrar sacramentos, despedir a los difuntos, etc. etc.. Seguramente, buscando alternativas y siendo creativos. Sin embargo, en los hechos todos nos hemos complicado.
La pandemia fue una sorpresa que nos encontró con una buena cuota de cansancio. Después de la visita del papa a inicios del 2018 tuvimos un año complejo, no terminamos de cerrar ese proceso y nos encontramos con lo que se llamó el estadillo social, efervescencia que afectó la vida diaria de ambientes de iglesia y templos. La pandemia vino a ser una prueba mayor. Amenaza desconocida, solo imaginada en películas de ficción. En ese contexto responder qué se puede hacer y qué no, no tenía nada de fácil, tampoco experiencia aprendida ni sabios a quien recurrir. En palabras del papa “… un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Estamos asustados y perdidos…”. Allí cada uno descubrió una parte desconocida de nuestro testimonio de fe. El fino límite entre responsabilidad y miedo dejó al descubierto nuestra impotencia. La pandemia desenmascaró nuestra vulnerabilidad y reveló las falsas y superfluas seguridades.
No se trata de quejarse diciendo que en mi parroquia o colegio hay cosas que no se hacen o, que tal o cual persona no está a la altura. Nadie lo ha hecho a la perfección y todos nos hemos equivocado. El camino es siempre mirar al maestro. Jesús no vivió pandemias, sí había lepra y no dudó en tocar y sanar a alguno afectado por ella. También tuvo problemas con el sábado que, como signo de fidelidad religiosa todo creyente respetaba. Para el sábado había leyes y restricciones de acciones y desplazamientos (como día de cuarentena) hubo ocasiones en que Jesús preguntó ¿en sábado se puede o no hacer el bien? La respuesta fue un silencio afirmativo que él confirmó con par de ejemplos, “si a uno se le cae al pozo el burro o el buey ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?». Aún en medio de adversidades y restricciones el bien nunca dejemos de hacerlo.
Vayan aquí algunas pistas. Los templos pueden estar siempre abiertos y son un respiro para cualquier persona acongojada. Los bautizos se pueden celebrar con los papás y padrinos, el matrimonio con el máximo aforo permitido, los funerales con veinte familiares. Si tienes un grupo contáctalos aunque sea por teléfono, si tienes las llaves de una capilla ábrela, si tienes alguien que bautizar hazlo, aunque sea la única vez que sea sin fiesta, si tenías previsto el matrimonio no lo pospongas es tuyo no de los invitados. Si no puedes organizar un funeral nada impide que seas tú el que haga una oración y despidas a un ser querido. Lo bueno no podemos dejar de hacerlo.